Sin que así me lo pidiera

Lo vi luchar por su vida y lo vi morir.

Quise hacer algo por él,
sin que así me lo pidiera.


Lo tomé en mis manos cargadas de cariño,
puse en él algunas caricias y lo sostuve cuanto pude.
Miré hacia la copa de aquel frondoso árbol, y allí estaban sus padres,
dicharacheros, de plumaje oscuro como la noche;
parecían interesados.

Era un pequeño pichón,
endeble, de patas débiles.
No mostraba heridas visibles.
Su plumaje iniciático me hizo pensar que había caído del nido,
en un intento por volar.
Vi en sus ojos un destello de esperanza.
Yo he sentido lo mismo,
cada vez que sueño con volar sobre mares desconocidos
hacia tierras lejanas…
Por eso,
lo llevé conmigo,
sin que así me lo pidiera.

Su chillido desesperado acusaba la presencia de una madre.
Y ahí estaba yo,
fungiendo de madre pájaro falsa,
creyéndome dueña de su destino.
Como lo hice con Juan Salvador,
una pequeña ave que cuidé durante una semana,
y que, al final, se me escapó entre las manos,
como un suspiro que no pude retener.

El mismo chillido me trajo de nuevo al momento presente,
a una realidad dolorosa que ya parecía incorporada en mis acciones:
¿quién soy yo para cambiar el rumbo de su vida?
Nuevamente, el ego refulgente que me embriaga
quiso que yo tomara ese destino.

De vuelta a la realidad, decidí dejarlo en su lugar,
a expensas de que cayera otra vez al suelo,
o fuera el alimento de un gato desprevenido.
Lo puse en una caja que encontré botada por ahí
y lo subí a la rama más cercana que pude alcanzar con mis brazos,
sin que así me lo pidiera.

Sus padres revolotearon raudamente sobre él
y yo observé a lo lejos.
Esbocé una sonrisa de éxito en mi acción,
la que el ego nos proyecta cuando nos creemos "buenos".
Confiada, me retiré del lugar.

Un rato más tarde, en el suelo lo encontré:
herido de picotazos por sus propios padres,
con el pico abierto en un gesto de muerte dolorosa.
Y lloré.
Lloré por un ave del parque que creí que podría salvar siendo buena.
Lloré.
Lloré porque entendí, de una vez por todas,
que la vida es una sola para cada ser,
y la muerte también.
No en vano ya se alimentaban de él las hormigas.
Y retornaría a la tierra,
mientras su alma vuela hacia otros renacimientos.

Luz Eliam LuzERo de Amor, 10 de julio 2025

Comentarios